Yo era de los que siempre había pensado y dicho que lo de meter a sus padres a la vejez en una residencia era de ser “malos hijos”, y que organizándose debidamente, trabajar, ocuparse de su familia, y tener a sus padres en casa era posible. ¡Ojalá me hubiese callado entonces! Pues, la vida da muchas vueltas y hasta que no te encuentras enfrentado a una situación concreta, en realidad ¡no sabes nunca cómo vas a actuar ni cómo te va a ir! Claro está que hay residencias y residencias… Eso también es verdad. De hecho, antes de elegir a la Residencia Benviure de Barcelona, el centro geriátrico en el que lleva ahora dos años mi padre viviendo felizmente, estuve mirando y visitando varias de ellas. Y debo reconocer que algunas de éstas dejan mucho que desear. ¿Cómo y por qué llegué a tomar la decisión de meter a mi padre en una residencia cuando estaba diametralmente y vehemente opuesto a ello?, por circunstancias de la vida que os voy a contar…
¿Por qué motivos los hijos o padres optan por una residencia?
Son muchos los motivos por los que los hijos llevan a sus padres a una residencia, y el primero de ellos es sin lugar a duda la falta de tiempo. Por mi parte, cuando mi esposa me pidió el divorcio y decidió trasladarse con nuestros dos hijos a cien kilómetros de allí, me vi bastante desorientado pero no me quedó otra que la de adaptarme y la de hacer malabarismos con los horarios. Fue por aquel entonces también cuando mi madre falleció, dejando a mi padre viudo y desconsolado e incapaz de freírse un simple huevo. Pues, mi madre siempre se lo había hecho todo, entonces ¡claro! al verse así tan solo e “inútil” sólo le daba por llorar y quejarse. ¡Bueno estaba yo entonces para mostrarme compasivo y comprensivo! En fin, durante un tiempo lo intenté sin embargo: iba casi todos los días a visitarle y a llevarle la comida que había previamente encargado o cocinado. También llegué a contratar a una señora para que le hiciera la faena de la casa, etc. No obstante, llegó el momento en el que todo ello dejó de ser suficiente, no sólo porque yo me mostraba cada vez más irritable y nervioso, sino también porque mi padre al verme así se sentía el pobre hombre responsable en cierto modo de mi mal humor y estrés perpetuos. Sintiéndose abandonado y ser un peso para mí, dejó de alimentarse y daba serios signos de un estado depresivo. Eso no podía seguir así. Teníamos que encontrar una solución que se adecuara a nuestras necesidades y que nos satisficiera a los dos. Es cuando la idea de una residencia geriátrica empezó a germinar en mi mente…
¡Claro que se puede ser feliz en una residencia para ancianos!
La primera vez que le planteé la idea a mi padre, éste se quedó silencioso pero después de un tiempo accedió a que fuésemos a ver la Residencia Benviure a diez minutos de Barcelona, de la que le había hablado yo. Ésta también hacía oficio de centro de día, que fue de hecho la primera de las opciones que elegimos. Sin embargo, poco a poco, mi padre fue conociendo cada vez a más personas con las que compartía aficiones y gustos, también se hizo muchos amigos y llegó el día en el que me pidió ingresar dicho centro en el que se encontraba acompañado, atendido y mejor que solo en casa. Lo miré emocionado a los ojos a punto de llorar, pero él –al igual que cuando yo era un niño– mirándome con ternura, me abrazó y me susurró que me amaba y que así era la vida. “¡Te quiero, papá!”, le solté entre lágrimas y estuvimos un largo tiempo abrazados…
A día de hoy, mi padre ha vuelto a sonreír y es un hombre feliz. Y yo, por mi parte, debo reconocer que el saberle rodeado por un equipo multidisciplinar de más de noventa profesionales altamente cualificados, entre los que se encuentran los más prestigiosos médicos, neuropsicólogos y geriatras de la Ciudad Condal, me tranquiliza y satisface.